lunes, 24 de septiembre de 2012


Pro-logo


Ama al prójimo no como a ti mismo, sino como la versión de lo que no eres y persigues. Ama al prójimo de sonrisa desdentada y caparazón rugoso, de encanto casi tortuguesco, inmundo.
Saluda con todo tu corazón al trotamundos hediondo a podredumbre que, de lejos y de perfil, se parece un poco a ti. Con la diferencia de que él aún mantiene los sueños frescos, mientras los tuyos se derriten en el parabrisas de un coche que ha dejado de arrancar.
Y ama a la prójima que de pronto te grita improperios vestida de rojo deslavado, y con ojos felinos, hambrientos, se pone a rasgarte la piel en búsqueda del tesoro que guardas en las entrañas.




miércoles, 12 de septiembre de 2012


601


Puedes sentirle lléndose al carajo; parecido a cuando te está dando un calambre y sabes que no podrás evitarlo, que será doloroso y te dejará la pierna jodida por horas. Si, algo como un pasado derretido comicamente, similar a un helado en la calle: asqueroso y al mismo tiempo lo suficientemente tentador como para que te preguntes "¿de qué sabor será?"

Poco a poco te va importando menos, observas con los ojos cerrados y ya está. Mejor atiborrarse de "hubieras", como donas de hace tres días; llenarse la boca con ellos hasta que el aire no pueda pasar, para luego tragárselo de tajo, sólo para ver que putas se siente el borde, de que color es y a que huele.

De todas formas, ¿qué importaría?, uno puede comprarse cualquier cosa en la tienda de la esquina, desde sentimientos reciclados hasta almas de segunda mano. Se siente como cuando te tratan de vender chicle masticado a precio de usado, y uno lo compra sólo por probar la saliva del vendedor. Patetico.

Y si el rechazo vuelve más humano, mejor quedarnos como estamos. Si de algo me he dado cuenta es que por más que uno intente bobaliconamente de tratar de hacer como que nada pasa, el otro sigue sin estar y esa...esa es la verdad.

Me rindo.
"Nunca jamás" -Graznaba el cuervo, en el poema de Poe.
"Nunca más" -Digo yo.
A ti te da igual...

El mundo sigue girando. Maldita gravedad.




sábado, 1 de septiembre de 2012


Primera consigna: El sonido de tu nombre


La niña abrió la boca. Observé hipnotizada mientras sus labios se exprimían entre sí, expulsando una palabra líquida que rodó por entre sus comisuras hasta escurrirle por la barbilla. No, no era mi nombre, no podía ser. Sin embargo la niña me clavaba la mirada esperando una respuesta. Antes de que pudiera decirle que no, que no era yo, que se había equivocado, otra niña, esta vez una de coleta, me lanzó el mismo nombre lácteo por entre sus dientes infantiles. La lluvia no se hizo esperar, un desfile de infantes se revolvían alrededor mío, granizos parlantes que no sabían expresar otra cosa que no fuera esa palabra. Yo la sentía salpicándome, humedeciendo mi ropa y calando mis huesos. La vi rebotar en el pizarrón, en mi escritorio, mezclarse entre los pupitres para terminar estrellándose en el patio. El nombre que no me pertenecía se hizo propio cuando comencé a olvidar el mío. “Maestra” repetían “Maestra, Maestra, Maestra”. Entonces, al fin, respondí.