De relojes (o de como me como a mí misma)
En la sala, el reloj se ha parado.
El segundero oscila en la misma convulsión; segundo 43, segundo 43, segundo 43.
Se parece tanto a una mano tratando de alcanzar algo más allá de las manecillas.
Es como si el tiempo le hubiera dado la espalda, y el reloj, terco, se empeñara en alcanzarle.
Atrapado por su propio mecanismo defectuoso. Condenado a romperse.
En el silencio, las manecillas se mantienen rígidas, ya sin parpadear.
Poco a poco, los números perderán significado y el segundo 43 será quién les observe perecer; uno a uno.
Hasta que la inmovilidad le haga sucumbir también.
.....
Y entonces, alguien, de la nada, le cambiará la batería.
Una vez más.