sábado, 1 de septiembre de 2012


Primera consigna: El sonido de tu nombre


La niña abrió la boca. Observé hipnotizada mientras sus labios se exprimían entre sí, expulsando una palabra líquida que rodó por entre sus comisuras hasta escurrirle por la barbilla. No, no era mi nombre, no podía ser. Sin embargo la niña me clavaba la mirada esperando una respuesta. Antes de que pudiera decirle que no, que no era yo, que se había equivocado, otra niña, esta vez una de coleta, me lanzó el mismo nombre lácteo por entre sus dientes infantiles. La lluvia no se hizo esperar, un desfile de infantes se revolvían alrededor mío, granizos parlantes que no sabían expresar otra cosa que no fuera esa palabra. Yo la sentía salpicándome, humedeciendo mi ropa y calando mis huesos. La vi rebotar en el pizarrón, en mi escritorio, mezclarse entre los pupitres para terminar estrellándose en el patio. El nombre que no me pertenecía se hizo propio cuando comencé a olvidar el mío. “Maestra” repetían “Maestra, Maestra, Maestra”. Entonces, al fin, respondí.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio