Eva
Se llama Eva. Nuevo espejismo encarnado en mi desierto. Duerme, junto a las otras, todas alineadas como botellas de champaña. Yo, desorbitado catador, pruebo de una por una las almas inexistentes hasta embriagar al músculo que late.
Eva y ya. Sin apellido amargo que reduzca el sabor a maple que se le desprende del vientre. Su irrealidad me aguijonea tenebrosa, viuda, inconsolable; sus jugos no son otra cosa que insecticida disfrazado de memorias, de abrir y cerrar de muslos.
Eva: goce manual ilusorio, camarera virginalmente abierta, aguardando por el embiste del miembro que no poseo y sin embargo, pulsa.
Le contemplé vorazmente, al filo de su abismo, grabando en detalle cada gesto, diente, poro y dedo. Así nació Eva, así murió Eva; incestuoso amor inconsumable y aún así, compulsivo.
Eva, mil veces Eva.
Eva eres tú. Siempre tú.
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