La princesa nunca deja de tener hambre
La princesa, justo ahora, ronda bajo la cama...
hecha un ovillo, toda ojos carmesí y colmillos límpidos.
Puedo escuchar sus uñas contra la madera, acortando centímetro a centímetro la distancia entre nosotras.
Me susurra palabras que se pierden en el aire, se carcajea y luego las uñas, otra vez, interrumpen mi concentración con sus gritos.
Casi puedo verla: falanges rojas, deshechas; lengua mordida fuera de su boca, producto de intentar decirme una y otra vez su nombre, nombre que me rehuso a entender.
No me atrevo a mirar, prefiero la dolorosa ignorancia.
Prefiero el desconocimiento, porque...también, puede que no haya nada, que bajo mi cama no esté nadie.
También puede que, bajo mi cama, esté yo.
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