viernes, 12 de febrero de 2010


Para aquél que ha apartado la vista


Nunca he escrito una despedida. Tal vez por eso estas líneas terminen pareciendo una especie de saludo, de esos que ocurren a veces, cuándo, sin querer o basados en un impulso levantamos la mano, ondeándola sin cesar a una espalda que se aleja. La sonrisa, antes abierta, se va escondiendo en nuestras boca presa de la desazón. ¿Os ha pasado? Esa mezcla de alegría contenida y melancolía húmeda, pegajosa. Casi hiriente, casi única
Milagroso es ese sabor que le queda a uno en la sangre. Un regusto a jugo de uvas y llanto evaporado, el cúal a veces se expresa en una mirada más profunda, abismal; tal vez en un ligero temblor en las manos o una respiración más pausada. Manifestaciones inocuas al fin y al cabo, imperceptibles para cualquiera, pero sumamente visibles para uno mismo.
Y es que no son lágrimas las que se escapan de las cuencas, se trata de recuerdos líquidos regresando a las nubes con la esperanza de convertirse en gotas de lluvia que alcanzen la sombra de aquél que ya no esta.

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