Para aquél que ha apartado la vista
Nunca he escrito una despedida. Tal vez por eso estas líneas terminen pareciendo una especie de saludo, de esos que ocurren a veces, cuándo, sin querer o basados en un impulso levantamos la mano, ondeándola sin cesar a una espalda que se aleja. La sonrisa, antes abierta, se va escondiendo en nuestras boca presa de la desazón. ¿Os ha pasado? Esa mezcla de alegría contenida y melancolía húmeda, pegajosa. Casi hiriente, casi única
Milagroso es ese sabor que le queda a uno en la sangre. Un regusto a jugo de uvas y llanto evaporado, el cúal a veces se expresa en una mirada más profunda, abismal; tal vez en un ligero temblor en las manos o una respiración más pausada. Manifestaciones inocuas al fin y al cabo, imperceptibles para cualquiera, pero sumamente visibles para uno mismo.
Y es que no son lágrimas las que se escapan de las cuencas, se trata de recuerdos líquidos regresando a las nubes con la esperanza de convertirse en gotas de lluvia que alcanzen la sombra de aquél que ya no esta.
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