domingo, 15 de enero de 2012


Putinglo




Me llevarón con la Tía un día de verano, cuatro días despúes de mi cumpleaños número siete. Mi madre me abandonó en su cuarto sin mediar palabra, un ondeo de faldones oscuros y sanseacabó, estaba atrapado bajo llave en un cuarto que apestaba a pis y a gato viejo empapado en pis. Algo se revolvía en un rincón, un bulto con senos o un par de senos con bulto se alzaba en momentos solo para volver a encorvarse segundos después. Yo no la veía, mis ojos no parecían acostumbrarse a la oscuridad, nunca lo hicieron.


De repente, una especie de graznido, un rezonar de cazuelas y unos labios arrugados apretándose con los míos; una mano fría y huesuda sosteniendo la mía, ahora mis deditos dentro de las piernas de la Tía. Una lija o una rata muerta que se retorcía en mis manitas lamiéndome las falanges. Terminó rápido. La puerta ya se abría y la Tía era dejada en su refugio mientras yo era llevado por mi madre de regreso a casa.


Mis manos fueron amputadas al día siguiente, mi padré realizó el hecho derramando cuatro lágrimas. Algo en mi comprendió sin realmente comprender cuando en el jardín, detrás de la valla, todos mis hermanos despidieron a mis órganos recíen cortados con sus muñones rosados.


Nunca volví a ver a la Tía ni a mis manos. Pero sé donde están y que han estado haciendo todo este tiempo.

2 comentarios:

Blogger Don Manchon ha dicho...

La belleza de la interdicción edípica reside en la visualización de un ser mutilado por la endogamia. El erótismo de un niño merece ser atravesado por la posibilidad de tergiverZarse. Saludos a la tía.

15 de enero de 2012, 20:03  
Blogger Kouji ha dicho...

De todos los posts que tienes en tu blog, este es mi segundo favorito.

16 de enero de 2012, 11:44  

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