miércoles, 9 de enero de 2013


Lo último que muere, es la lengua.


Están hablando entre sí, puedo oirlos por entre las grietas de esta puerta cerrada. Callan y vuelven a empezar a intervalos sin sentido, hasta parece que sus silencios son parte de la comunicación, un mensaje encadenado a un lenguaje que no comprendo, ni comprenderé. Charlan, y yo aquí, tras la puerta.

¿Desde cuándo he comenzado a imaginare dentro del diálogo?, de repente me escucho soltar una oración tras otra en cadenas insonoras hacia esos individuos del exterior. Termino sus frases e inicio temas invisibles, del otro lado del umbral las voces no se percatan de la lenta muerte de la mía; casi puedo verlas enredarse entre sí como lenguas húmedas al mismo tiempo que mi voz se estrella en el portón.

Sigo hablando en un intento infantil por acabarme mi sonido de una vez, agotar esa necesidad de abrir los dientes y soltarme un ensayo de charla hacia paredes sordas y abúlicas. Derramo palabras llenas de insultos para después colmarlas de afecto o embadurnarlas de sordidez; de esa manera, tal vez,cuando menos lo espere, de mi garganta no brotara nada, ni silencio.

Afuera, el coloquio continua como antes sino es que más eufórico. Poco a poco, el cansancio me obliga a cerrar los ojos, las manos, las piernas, el corazón...

...Mi boca se mantiene abierta, pronunciando.

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