lunes, 18 de mayo de 2015


Vestido


Ella, en las piernas, tenía cardenales.
No de esos de tonalidad morada, que casi parecen un beso que se ha quedado atrapado entre venas y piel. No. Tampoco como los rojizos, puntitos carmesí que si los unes forman palmas abiertas en medio aplauso. No. Menos amarillos, amaneceres infinitos entretejidos en dermis. No. Verdes jamás, ni ríos cuyo cauce se estanca en el límite del golpe a puño cerrado. Silenciosos, arañaban mis pupilas en un intento porque les tomara conmigo, escondidos entre mi par de iris. Había súplica, un ruego cafesoso, a medio latido, un susurro animalesco que se diluía entre los poros. Casi podía sentirme rasgándole la piel, llevándome los moretones entre las uñas. ¿Tendría aroma? ¿Sabor? Quizás, si le pasara la lengua por encima, ésta se me volvería café....

-Ya no se quita -dijo ella percatándose de mi mirada. -Nunca.

El moretón se alejó. Ella junto con él.


 


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