martes, 11 de marzo de 2014


Cuestión de alimentación



Ella siempre está ahí.
Susurrando.
A veces es sólo su voz lo único que escucho.
Otras, casi no puedo oírla por entre mi hastío.

Por las mañanas le reviento el cráneo a martillazos.
En las tardes le hago el amor a su cadáver.
Por la noches ella se vuelve a armar, riéndose de algo a carcajadas.

No se va. 
He memorizado cada segmento de piel, lunares y cicatrices.
Su rostro con los ojos cerrados, abiertos, ahogados en furia, pletóricos de orgullo.
En ocasiones me rasguña, lame la sangre que escupo. 

Se enrolla en mi cuello, oprime, aprieta.
La maldigo.
Encaja sus uñas sobre mis hombros hasta que se le pierden dentro.
Le lloro, le grito, le suplico.

Ella no existe.

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