jueves, 8 de julio de 2010


El corazón clama primeramente por el placer


Latiendo. Un compás que no podemos reproducir. La vida se escapa por nuestras cuencas, deslizándose lentamente hasta acabar en el suelo, en esa misma tierra que pisamos con las suelas.

¿Cuántas veces amaremos en este plano?
¿Cuántas veces pereceremos en él?
Si tal vez tuviesemos más oportunidades, entonces podríamos fingir que este escenario no nos importa en absoluto. Podríamos pretender que las decisiones pueden ser delebles.
Con los ojos cerrados caminamos por senderos de los que imaginamos el paisaje. El contraste que existe entre nuestras ensoñaciones y el mundo real es abrumadoramente doloroso, punzante; tarde o temprano nos tocará enfrentar a nuestro propio monstruo. El fin del camino... carece de señal o aroma.
Dejemos caer los puños, abramos nuestro pecho con la certeza de que será lastimado; no en una, sino en miles de oportunidades. La vida, esa vida que se arrastra, ese ardor que jamás se opaca, terminará por consumirnos desde dentro.
¿Y qué si eso sucediese? Pereceríamos cubiertos por las llamas, resplandenciendo en esta dimensión donde la mayoría ya se ha apagado. Ardamos! Demos algo de nuestro interior, una prueba de que en algún punto tu y yo estuvimos aquí.
Danzando en la hoguera de nuestra propia degradación.

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